El cine y el espectador han evolucionado juntos. El cine
como ensueño, como evasión de la realidad y escape de nuestro sufrimiento cada
vez va dejando más insatisfecho al público. La sed fue saciada con aguas dulces
por un tiempo, pero el espectador serio empalagado de mentiras agudizó su gusto
hacia lo real, hacia algo más sustancial. Ya no son tiempos de evasiones sino
de espejos. El cine, a fuerza de las asfixiantes, como alarmantes, circunstancias
contemporáneas del mundo, se ha convertido, para muchos, en un medio para la salvación
de la conciencia, una ventana para reconocer nuestra humanidad y
sensibilizarnos. Lo que antes en las pantallas nos distraía, ahora nos
concentra en lo que somos. Aunque, claro, objetivos similares a este han surgido
satisfactoriamente en toda la historia del cine, con los pocos cineastas serios
en el arte, y con movimientos, por nombrar uno, como el Neorrealismo Italiano.
Es en estos momentos que el cine (y
también el “Cine Mexicano”) se
dirige, en esta trasformación, hacia un realismo
transcendental, por así decirlo, y sin pecar de optimista, puesto que es claro que son y siempre serán la
minoría, pero, ¿acaso no son los cambios relevantes los que siempre surgen en
la minoría?
Es dentro de este desencantamiento
que algunos cineastas, en busca de algo más profundo, han optado por usar a los seres humanos dentro
de sus películas como seres y no como representaciones, es decir, la idea de
que un actor interpreta a un personaje
se ha deshecho a favor de algo más esencial, según ellos; la realidad intocable
que emana un ser, un humano, y no el
esfuerzo por parecerse a otro, un actor.
El primer director
que más se interesó y estudió el tema a fondo fue Robert Bresson, aquel que
dijo en sus famosas notas: “Respetar la
naturaleza del hombre sin quererla más palpable de lo que ella es”. Bresson les
llamó ‘modelos’ a sus no actores (“Modelo. Su esencia pura”), estaba en
contra de toda voluntad de actuar, él tomaba a estos seres como fragmentos de
realidad, y sustraía de ellos su naturaleza virgen,
era él el que entraba a ellos para
sacar su verdadero ser, los limpiaba de
su Persona
(máscara) y se quedaba sólo con lo que
eran, a la vez, les hacia repetir, las veces necesarias para entrar en el
automatismo (sin razonarlos) movimientos y palabras necesarios para la
película, así sus Modelos emitían una energía completa, sin forzarla y sin tener
bloqueos. De esta manera el espectador puede sentir esta energía, por ser
genuina, en pantalla; claro, esto sólo si el espectador se dedica a ver con la
misma limpieza, cuestión que por ser el contemplador le será más fácil.
Para mayor ilustración de su teoría Bresson utilizó un
burro, esto fue en su película “Al Azar
Balthazar”, donde este animal es el protagonista, ¿acaso aquí podría haber,
falsedad, presunción, juicio? Lo que el
burro expresaba Bresson lo buscaba en los humanos, esta limpieza, que toda
planta o que todo recién nacido trae consigo era lo que deseaba de sus Modelos,
luchando por algo que tal vez en términos absolutos sea imposible. Bresson
exigía la inocencia a toda costa.
Lo cierto es que siguiendo este método ante el espectador puede ocurrir
un milagro: reconocer lo más secreto en él a través de un ser puro, como con un burro. Por más raro que esto
suene puede suceder, puesto que obviamente el burro carece de personalidad
no hay máscara que bloqueé o estanque
nuestra identificación, ante tal desnudez no hay con qué sostenernos, nos
fusionamos siendo uno con lo observado, como vernos sin ego, entonces se
expresa lo más hondo de nosotros, aquello que no ha sido tocado ni alterado por
nuestra sociabilidad ni psicología, nuestro “yo” más limpio (o nuestro "no yo") donde no llegan las
palabras. Lo que sucede cuando el arte toca su punto final: traspasarnos.
AL AZAR BALTHAZAR. 1966
AL AZAR BALTHAZAR. 1966
“¡Qué extraordinario es, en verdad,
que un hombre sea un hombre!” - Baudelaire
Otro cineasta más
contemporáneo ha seguido a Bresson en sus posturas de no actores, su compatriota Bruno Dumont está convencido de lo
mismo, en principio, puesto que después sus inclinaciones sobre el asunto
puedan variar. Dumont en una entrevista declaró: “Me gusta trabajar con la persona en sí, con la verdad de la persona, y
lo que hago luego es deformarlo, transfórmalo”. Él inicia con una realidad
que descubre para luego retocarla y manejarla a su gusto, tal vez sea menos
exigente que Bresson, pero sigue trabajando a partir de la verdad de un ser, sin anteponer una ficción predeterminada,
agrega después: “Lo mismo que trabajo con
árboles reales, necesito un hombre de verdad”.
Este hombre de verdad
está expresado en su película “La
Humanidad”, Pharaon es el protagonista, un ser único, irrepetible,
totalmente honesto y por lo tanto tan lleno de vida, profundo, familiar pero a
la vez misterio. Es porque no trata de convencernos con un papel que es tan
creíble, da la impresión de que no sabía lo que hacía pero hacia lo que es. Su
rostro se convierte el rostro de la humanidad porque su expresión es como contemplar
un pozo profundo donde cada quien se refleja, esa “vaciedad” que cada
espectador puede llenar, es la que se
busca en el no actor. Un espacio sacro.
“Extrae de tus modelos la prueba
de que existen con sus rarezas y sus enigmas”
Robert Bresson.
Algo que también se busca en los no actores, y que hay que agradecer en Dumont, es el no caer en el
estereotipo de rostro y cuerpo al que caen los directores vulgares, cada
personaje en “La Humanidad”, como en
la vida real, está muy alejado de las características a las que estamos
acostumbrados a ver en cine, esto puede incomodar al espectador condicionado,
pero si vemos con atención esto se convierte en un toque genial que hace a la
película única y extrañamente realista. Los personajes se vuelven inolvidables
por su peculiaridad, jamás los volveremos a ver.
LA HUMANIDAD. 1999
SANGRE. 2005
“MODELOS: Movimiento de afuera hacia adentro.
(Actores: movimiento de adentro hacia afuera.)
Lo importante no es lo que me muestran sino lo que
me esconden, y sobre todo aquello que no sospechan
que está en ellos.
Entre ellos y yo: intercambios telepáticos,
adivinación.”
Robert Bresson.
Bresson repudiaba la
idea de que el cine fuera teatro filmado, por eso se apartaba con sus Modelos.
En el teatro el actor es esencial, es el corazón de la obra, tiene que gritar,
su energía explota desde el escenario para empapar al público el cual sabe
rotundamente que es un humano actuando, pero eso no importa, funciona porque el
teatro es más abstracto, es símbolo. La noche o la lluvia no tienen que ser
reales o explicitas para sentirse. Son las
emociones las que finalmente se vuelven reales. El teatro es un arte de representación
y de emoción corpórea, en cambio el cine es credibilidad que lleva a la introspección,
uno es el que tiene que entrar a la pantalla. Se tiene que entrar al mar para
sacar los peces.
Amat Escalante cineasta
mexicano que usa no actores comprende
la retención de la energía y el arte de ocultar. En su película “Sangre”, Diego, el protagonista, es un
hombre que dice más por su silencio que por sus palabras, su rostro, al igual
que el de los protagonistas antes mencionados, expresa una universalidad que
puede ser el rostro de todos los humanos. Diego es todo el dolor innombrable que
los hombres callan, y lo transmite de igual manera, callándolo, es reprimiendo
sus emociones que las expresa con mayor alcance. El silencio llega a las
profundidades que las palabras limitan. El espectador podría adelantarse y
decirle: no es necesario que digas lo que sientes, ni siquiera un grito, tu
dolor es el mío, no es por lo que muestras sino por lo que ocultas que revelas
lo más secreto de mi.
Estos cineastas buscaban naturaleza pura, algo no razonado,
no calculado, buscaban ese secreto en el hombre que ni el intelecto ni el
dramatismo pueden alcanzar. Werner Herzog en una de sus primeras películas explotó
el instinto humano: “También los enanos
empezaron pequeños”, aquí no utilizo actores ni puso actuar a nadie, todos
los protagonistas son enanos, aquellos humanos que dadas sus condiciones
físicas no socialmente favorables no sienten ningún sentido del deber hacia las
apariencias ni hacia las hipocresías de
lo “bien visto”. Ellos no tienen pavor de ser
lo que son. Parece que Herzog en la filmación les pidió hacer lo que se les viniera en gana, sin
ningún control, sin ninguna justificación, sólo dejarse llevar por su instinto
destructor. Los enanos lo hacían muy bien, simplemente estaban desquitándose de
un mundo que no fue pensado para ellos.
Se trataba de captar esa energía que no sabe que está
siendo observada, como espiar a un niño mientas juega. Estos directores están
convencidos de que presentar esto en pantalla es mágico.
TAMBIÉN LOS ENANOS EMPEZARON PEQUEÑOS. 1979
Si las puertas de la percepción quedaran
depuradas, todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito.- William
Blake
“Las puertas de la percepción” es un ensayo que escribió Aldous
Huxley, narra la experiencia que tuvo al ingerir mezcalina, una droga que es el
principio activo del peyote. Las percepciones que experimentó según sus
narraciones parecen ser aquello a lo que los cineastas con sus no
actores aluden y quieren presenciar
para captarlo. Huxley dice al observar unas rosas bajo el efecto de la
mezcalina: “Eran nada más y nada menos,
que lo que eran, una transitoriedad que era, sin embargo, vida eterna, un
perpetuo perecimiento que era al mismo tiempo puro ser, un puñado de
particularidades insignificantes y únicas en las que cabía ver lo indecible y,
sin embargo, evidente paradoja, la divina fuente de toda la existencia.”
Leyendo esto uno puede comprender más a qué anhelan tanto estos directores, aunque
claro eliminando la droga. El reto es precisamente que su cine sea una especie de droga visual;
pero no en el sentido de deformar la realidad o alucinar, sino como un sedante
que nos hipnotiza y baja nuestras guardias juiciosas. Un cine que con sus imágenes nos hace ver las cosas como si fuéramos niños: sin conceptos.
El cineasta mexicano Carlos
Reygadas ha convertido esta cuestión en el mayor deseo de su cine, en algunas
escenas lo hace plenamente y con mucho alcance. En su película “Luz silenciosa” unos niños están
bañándose en un río, la escena está filmada sin prisa, la trama deja de importar,
se da un espacio para que la naturaleza hable por sí misma, hay total libertad
en los niños, se aprecia una armonía, todo es natural ahí, se pueden escuchar
los ruidos más sutiles de la naturaleza, sonidos y silencios que solemos ignorar por nuestra pretensión. Huxley
también habla de esta conformidad en su texto al ver los pliegues de su
pantalón: “Estas son las cosas que
deberíamos de mirar. Cosas sin pretensiones, satisfechas de ser meramente ellas
mismas, contentas de su identidad, no dedicadas a representar un papel…”.
Al final de la
película Reygadas va más lejos con un anochecer. Desaparece y nos desaparece,
deja que la naturaleza se exprese en el
sentido más intacto, nos volvemos
esa naturaleza, ya no hay observador, sólo presencia, nuestra mente
queda en silencio. Una vez más en palabras de Huxley: “Estaba contemplando lo que Adán
había contemplado a la mañana de su creación: el milagro, momento por momento,
de la existencia desnuda”.
LUZ SILENCIOSA. 2007
Tal vez todo esto le parezca desconcertante al espectador
y también al lector de este escrito. Nos cuesta mucho trabajo descodificarnos
del bombardeo de una cultura que sólo trata de vender jugando con nuestros deseos y
vanidades. Muchos aún se quieren ver en un Brad Pitt o conformarse con desear a través de un cristal a Angelina Jolie.
Incluso en nuestra
vida real la mayoría actuamos o tenemos que hacerlo. Muchas de las formas de
“triunfar”, o por lo menos de sobrevivir, en este sistema se basan en la
simulación, en aparentar algo para recibir dinero o afecto. La sociedad está
basada en la actuación, no nos vemos;
pero basta con que observen a su mejor amigo mientras duerme o mientras
es poseído por un ataque de risa para que se percaten de su esencia. Se nos ha
alejado de nuestra naturaleza, por eso es que si vemos a un ser que no esta actuando
en una película nos puede parecer extraño y hasta ridículo, porque muchas veces
queremos ver lo que deseamos y no lo que es, buscamos negarnos idealizando a los hombres que aparecen en pantalla.
Los directores aquí
mencionados buscan regresarnos a nuestra dignidad humana, pero como siempre será, es al público al que le corresponde
confirmar esto. Sabemos que lo que se desea hacer no siempre concuerda con lo
que finalmente se hace, con lo que resulta. No hay reglas de oro en el cine, ni
argumentos absolutos. Podemos ver que un no
actor en verdad no expresa nada y que sólo se está jugando al pulcro, como
podemos ver que un actor profesional estudiado en cine realmente nos conmueve
hasta la médula, que de hecho hay casos en que sucede. El público tiene la última
palabra. Y si en tal caso aún no ha surgido ese público al cual estos cineastas
se dirigen, ya surgirá, que hasta la naturaleza de las plantas necesita del riego
para su crecimiento, entonces puede ser que
se capte lo indecible. Cuando esto suceda este público nuevo ya no dirá la
última palabra sino que tendrá su primer silencio.
Para traer
este tema a debate Cine Oculto hace la invitación al Ciclo: Ser, no parecer. Cine con actores no profesionales. Donde se
proyectarán y comentarán las películas
aquí mencionadas. Se llevará a cabo en el Museo de Arte de la SHCP. Entrada
libre. 6:45pm los días 6, 12, 20, 27 de Febrero y 6 de Marzo del año 2014.