“Ahora no vemos a Dios sino como en un espejo, bajo imágenes oscuras: pero entonces le veremos cara a cara. Yo no le conozco ahora sino imperfectamente: mas entonces le conoceré con una visión clara, como Dios me conoce a mí.”
- Primera carta de San Pablo a los Corintios 13:4-14:5
Al principio fue el silencio. En la madrugada se escuchan cantos
horribles de pájaros, gritan algo, algún terror, y abrimos los ojos, estamos
solos, existimos y no sabemos por qué. Entonces alguien, algún humano,
angustiado toma una cámara y entra a las sombras para buscar una luz, algo que
pueda ser Dios, pero no hay nadie, sólo una playa rocosa y baldía, un espejo,
un rostro pasmado, un sudor frio, un grito, y la luz… ¿Dónde está la luz? En
ningún lado, sólo ahí, en un pequeño punto blanco dentro de los ojos humanos, y
ahí, tal vez, se revela todo.
¡Dios calla porque no
existe, es terriblemente sencillo!
-Los comulgantes.
Es ahí que este hombre con su cámara se
detiene y contempla el misterio de su existencia, así cae sobre sí mismo, en la
trampa de su enigma que no soporta, y aterrado busca sostenerse, entonces este
hombre, ingenioso proyeccionista, se salva a sí mismo en la creación de Dios,
lo ha creado, lo ha inventado, y se ha olvidado de todo. Ahora busca, exige,
reza oír su Voz, ha imaginado una respuesta la cual reclama con toda fe poder
escuchar. Pero no hay más que silencios.
“Ojala pudiera hablar
con papá. Está absorto en sí mismo”
-Como en un espejo.
En esto radica la tragedia de este hombre;
Ingmar Bergman y el infinito silencio de Dios. Un niño que repetidas veces
escuchó la promesa de Dios en los sermones rigurosos de su padre. El niño
perdido comienza a buscar la voz de Dios, cuando tal vez, lo único que deseaba desde
lo más profundo de su corazón; era que su padre le hablase, un gesto de ternura
de ese enorme ser que lo trajo a este mundo. Si este amor paternal ha sido
negado, tendrá que buscarse entonces en otro lugar, en otra dimensión más perfecta,
menos humana; Dios, Dios no tendría porqué ser indiferente con sus hijos, Él nos
tiene que escuchar aunque nosotros no lo escuchemos, pues Él es nuestro Padre.
Se emprende entonces la búsqueda
de Dios como el suplemento de un afecto vital que no fue encontrado entre los
seres humanos, incluso los más cercanos. El individuo espera en Dios el
consuelo a este desamparo. También, acaso de manera más genuina, esta búsqueda
puede tener raíz en el sentimiento profundo de la ausencia de Algo que no conocemos, tan sólo sabemos
que tenemos sed de Ello. Este hombre
tiene la sensación de haber caído, una vaga impresión de haber sido expulsado
del edén, su intuición le dice que ha perdido cierta armonía, cierta claridad,
la cual no recuerda, quizá sólo un vislumbre, siente una nostalgia en su alma que
le susurra que fue parte de Algo; pero
ahora está perdido, y como un mendigo busca las migajas de Aquello en esta tierra seca, el hambre de este hombre no es saciada
porque no quiere alimento humano, desea algo más elevado, algo limpio, sagrado.
Aunque también puede ser muy cierto que todo este sentimiento sólo sea un truco
de su imaginación, que el hecho de convivir aquí entre estos seres torpes,
fastidiosos, insoportables, sea precisamente lo que le incita a escapar hacia una
fantasía de perfección ideal a su deseo de paz, luego se convence creyendo románticamente
que este estado fue es algo divino que le pertenecía, pero que perdió cuando se
hizo carne por algún pecado. En concreto, sea cual sea la razón de su añoranza,
lo que desea al fin de cuentas es una recompensa que lo aleje de una vez por
todos de estos penosos conflictos humanos.
“A veces tengo un anhelo
intenso. Anhelo ese momento, en el que se abrirá la puerta y todos se volverán
hacia Él.
¿Quién es Él?
Nadie me lo ha dicho con
seguridad, pero creo que es Dios, el que se nos revelará."
-Como en un espejo
Es demasiado complejo el egoísmo,
se esconde bajo las huidas a Dios. Este hombre crea así una guarida bajo un Dios
invisible, un refugio personal, un orden privado, con el cual espera alejarse
de sus semejantes, pues como ya bien sabe, tratar con ellos es demasiado
caótico y doloroso, el ser humano es recóndito, es un laberinto oscuro sin
salida, ¡Qué difícil es amar a otro ser humano por la interminable imperfección
que es! Es mejor buscar el paraíso imposible en la esperanza de Dios, una
abstracción que pueda moldear la realidad a la realidad suprema de la fe, ahí donde todas las preguntas tienen
respuestas.
Pero, contrario a toda “noble” expectativa,
el telón que se ha construido para Dios no se sostiene, sin saber porqué las
bases se evaporan, por más que se alcen, de nuevo caen, y queda lo de siempre; los
mismos seres hostiles, los mismos rostros congelados, los mismos cuerpos enfermos.
El acto de Dios no existe, era una estafa, una quimera, en este esperado acto
se colocó la última esperanza, y de súbito todo cae, se regresa a la realidad,
hay un mareo y todo se oscurece, es como si te aventaran para ahogarte en un
vacio, despojándote de tus preciadas fantasías. Ahora tienes que soportarte y
encararte a ti mismo tal cual eres, sin ningún intercesor, este es el
vértigo de la libertad, los umbrales de la locura.
“Tenía miedo.
La puerta se ha abierto,
pero el Dios era una araña.
Se me ha acercado y he
visto su rostro, era horrible y frio... he visto a Dios”
-Como en un espejo.
Ante tal vacio insoportable este hombre
puede optar por tres realidades para
poder seguir viviendo…
Los tres caminos.
El amor. (Como en un espejo)
“De mi vacio nació algo que no se puede tocar, ni
nombrar. Un amor…”
-Como en un espejo.
El ideal de Dios, demasiado alto y alejado,
cayó, resultó ser una araña en el suelo. El reflejo de nuestro oscuro interior,
nuestra parte más malvada, la más negada, lo más callado y espantoso de
nosotros, Dios se nos revela como un espejo de nuestro profundo egoísmo, sentimos
el pavor de nosotros mismos, y una vez adentro el hombre puede desmayar. Pero de
repente, hay Algo que nos absuelve de
la pena de muerte. De las tinieblas Algo
surge, sin esperarse, como si dentro de
un pantano, de la nada, naciera una flor. Esta flor es el amor, el amor humano a
otro ser humano, el amor sublime y el más
bajo, el ridículo y el hermoso, toda clase de amor, aquí no se idealiza, se abren los ojos y encuentra la luz al
amar, la luz real, tangible, luz humana, y es este sencillo amor la fuerza que
puede salvarnos de nuestra oscuridad. Se toma esto como la comprobación de la existencia de
Dios; el amor es Dios mismo. Al ser revelado esto, el hijo por fin dice: ¡Papá habló conmigo! De la misma manera en que Jesucristo declama
sus últimas palabras… Todo está
cumplido.- Consummatum est
(Juan, 19: 30).
Como en un espejo. 1961
La Fe. (Los
Comulgantes)
Eloi, Eloi, ¿lema sabactani? [...]
¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?
“Gritó tan fuerte como
podía.
Creía que su Padre
celestial lo había abandonado.
Creía que lo que siempre
predicó era una mentira.
En los momentos antes de
morir Cristo dudó.
Seguramente ese debió de
ser su mayor sufrimiento: El silencio de Dios.”
-Los Comulgantes.
Alguna
vez tuvimos a Dios, como una verdad clarísima, lo sentimos en nuestro corazón,
nos llenaba totalmente, poseíamos la sabiduría misteriosa, la valentía del
convencimiento, estábamos en estado de gracia,
amar y perdonar era fácil, escuchábamos su Voz y siempre sabíamos qué
hacer. Pero basta un día para que toda esta dicha nos abandone. Dios ya no está
ahí donde siempre estaba, lo buscamos pero no hay rastro de Él, no deja nada, parece
como si ni siquiera hubiera estado. La ola de la vida es tan fuerte que trae de
regreso toda la confusión y el caos que creíamos haber superado. Ya no está la
Voz que habla por nosotros, nuestro Padre nos ha abandonado, ahora somos
simples mortales, indefensos, temerosos de la vida. Ahí donde había júbilo; hay
frustración, hay donde había tolerancia; hay aversión, ahí donde había calma;
hay desesperación. Y es justo aquí donde se pone a prueba la fe del hombre, qué
tan fiel es a aquello en lo que había creído y que ahora parece ser mentira. A Dios
le gusta jugar con la fe de los hombres, presuntuoso exige de ellos un amor
incondicional, Dios no quiere que lo amen por conveniencia, no quiere ser
utilizado para el placer o el simple regocijo, Dios desea ser amado más allá de
toda recompensa, quiere saber cuánto aguanta el pobre hombre, qué tan fuerte
es, qué tan leal es en su amor. La vanidad de Dios puede ser perversa, pone una
vara muy alta para el ser humano, y no se regatea, Dios ofrece su bendición
sólo a aquellos que han soportado su silencio con la frente en alto a pasar de
todas las adversidades. Este hombre tiene que ser lo bastante orgulloso para
ambicionar la aceptación de un Dios aun más orgulloso en su exigencia de un
amor sufrido y costoso. Entre más sufra el hombre más merece el amor de Dios, y
este hombre está dispuesto a ser mártir para llegar a ser aceptado y perdonado
por su Padre. Traga saliva, y levanta la
cara; Dios podrá abandonarme pero yo no lo abandonare a Él.
Los Comulgantes. 1963
La nada. (El silencio)
“Siempre hablas del amor… porque
sientes odio”
-El silencio
Dios ha muerto. Esto ya bien se sabe, tan
sólo fue todo una cursilería humana, un anhelo infantil. Decepcionados, si,
pero seguimos existiendo, la muerte de Dios ni siquiera nos extingue, el sol y
la luna siguen saliendo. Este hombre ha recibido un impacto en su interior y
las ilusiones se le han desprendido, vive ahora como un sentenciado a muerte
que acepta su destino sin ningún gesto, y en esta resignación hay una
transformación; puede ser el regreso a la inocencia animal. Se vuelve a nacer,
ahora con menos pretensiones. La realidad se recibe como lo que es, sin preferencias
ni prejuicios. El hombre vuelve a tener los ojos del niño, atónito por todo lo
que ve, olvida su lenguaje (la palabra es la mentira, lo que callamos es la
verdad), y contempla de nuevo el mundo extraño y retorcido, donde todo es
enigmático, oscuro y radiante, como en un sueño, el sueño que es la vida, un
sueño indescifrable, donde Dios es uno mismo. Se regresa al reino de los
sentidos y los instintos, el deseo es el don de la naturaleza, nuestro semen la
luz de nuestra especie, nuestra voz los quejidos que escapan de nuestro pecho.
No hay por qué creer en algo, ni en Dios, ni en el amor; los dos son consuelos inventados,
autoengaños, reacciones del miedo. Nuestra sangre caliente, la lujuria de nuestro cuerpo,
siempre serán nuestra única realidad, es esa voluntad de nuestra naturaleza
donde se encuentra la única libertad alcanzable, no hay por qué ir más allá de
ella, ella es todo. Más allá está el silencio; nuestro primer idioma y nuestra
última respuesta, venimos de él, de
la nada, y hacia la misma nada vamos, somos un accidente de esta nada. Y esto, lo que somos, tenemos que encararlo, no como lo que
desearíamos ser sino como lo que es; la brutal, la explosiva, milagrosa
naturaleza que somos.
El silencio. 1963
Sea cual sea el camino… Ingmar Bergman ha
hecho ya bastante introduciendo su cámara allá donde muchos no llegan; los
confines del ser humano. Es ahí dentro, donde cada espectador puede verse con
sus secretos y fantasmas. Bergman nos avienta al vacio, depende de nosotros la
luz o la oscuridad que encontremos...
Cine oculto organiza el ciclo de cine “El silencio de Dios. Trilogía
de Ingmar Bergman” donde se proyectarán y
reflexionarán junto con el público las tres películas aquí mencionadas. Los
lunes 15, 22 y 29 de Junio. 7:00pm
Entrada Libre. En Cine Lido. Centro Cultural Bella Época. Calle Tamaulipas 202. Col. Condesa, Cuauhtémoc, 06170 Ciudad de México, D.F.
Entrada Libre. En Cine Lido. Centro Cultural Bella Época. Calle Tamaulipas 202. Col. Condesa, Cuauhtémoc, 06170 Ciudad de México, D.F.